Ayer durante la asamblea de Democracia Real Ya - Bruselas escuché un adjetivo que nos designaba a todos los que estábamos alli reunidos: expatriados. No se trataba de una palabra nueva para mi, ya la había escuchado antes, aunque nunca pensé que llegara a englobarme.
EXPATRIADA. En mi cabeza la palabra suena con un contexto totalmente negativo y no puedo explicarme el por qué.
EXPATRIADA. Es como una letra escarlata que han bordado en mis vestimentas pero no sé si lucirla con orgullo o vergüenza. Orgullo por haber sabido labrarme un futuro en el extranjero con las dificultades que eso implica, vergüenza porque mi país no me ofrecía ni presente ni futuro.
He viajado y situado mi lugar de residencia fuera de las fronteras españolas en numerosas ocasiones. Los periodos fuera de "casa" han oscilado entre tres meses y un año. Nunca antes me sentí expatriada porque en el horizonte siempre se vislumbraba el regreso a la piel de toro. Ahora por primera vez en mi vida, ese horizonte ha desaparecido, simplemente no está. Y en cierto modo me siento naufraga, sin ese faro de referencia en tierra que te muestra el camino a puerto.
Pero la decisión la he tomado hace tiempo y de nada sirve mirar hacia atrás. Puede que el futuro en el país que me acoge se antoje difícil y duro, pero el que dejo atrás en mi tierra es desolador.
Este viaje empezó hace año y medio, no sé cuánto se dilatará en el tiempo, ni tampoco hacia dónde me llevará, solo sé que voy a izar las velas y seguir mi rumbo, esperando que algún día el viento me lleve a atracar de nuevo en mi Bilbao natal.
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Hace 7 años